1. Reencantamiento constante
La clave central, me parece, de un
matrimonio feliz es que en ese matrimonio exista un reencantamiento constante
del amor, de la vida matrimonial. Ser esposos que mantengan vivo aquello que
les dio origen a su matrimonio.
¿Por qué se casaron ustedes? Porque
hubo un encantamiento, un embrujo, un enamoramiento.
Por eso se casaron, si no hubieran
recibido esa nueva vida, esa vitalidad, ese descubrir una persona que les
cautivó el corazón, ese alguien que los encantó. Y tanto que quisieron estar
con esa persona para siempre. Si ese encantamiento no se hubiese dado, tal vez
esa persona habría sido sólo alguien simpático, para conversar un rato, para
hacer algún panorama, etc., pero no para vivir siempre con ella. En esa persona
hubo algo mucho más fuerte, más atrayente, y para nosotros, ese alguien pasó a
ser para nosotros una persona encantadora, a pesar de que para los otros
hubiera sido una persona más. Pero para ustedes esa persona pasó a ser única;
alguien que les cautivó el corazón.
¿Qué pasa hoy con esa persona? ¿Con el
correr de los años, todavía esa persona nos cautiva? ¿O quizás la vida, poco a
poco, ha ido empañando esa imagen, ese encantamiento se fue desvaneciendo y esa
persona, en definitiva, nos empezó a decepcionar? Aquella persona que tanto
significó para nosotros, que nos llenaba toda la vida, toda la imaginación,
toda la creatividad, de repente dejó de ser alguien especial. Vimos sus
limitaciones, sus debilidades y nos dejó de encantar. Esto les pasa a la mayoría
de los matrimonios
¿Qué otra cosa sucede normalmente? Al
comienzo, teníamos algo muy especial; hacíamos unesfuerzo, no de la voluntad,
sino que nos brotaba del corazón, naturalmente, para conquistar a esa persona
que nos encantaba. Piensen ustedes qué les pasaba; se arreglaban horas enteras porque
tendrían un encuentro con alguien especial; se daban el tiempo, buscaban formas
de encuentro, para agradar, para hacer sentir bien a esa persona. Había todo un
afán de conquista de esa persona. Sin ese afán de conquista, quizás no habría
pasado nada.
Hay personas que a uno pueden llamarle
la atención, pero si uno no se dispone a conquistarla y usar todos los métodos posibles
por conquistarla, no pasa nada. Y esa persona se nos desaparece y otro la
conquista. Era algo muy especial que nos sucedía en ese tiempo de conquista.
Piensen en todo el ingenio que se
despierta cuando alguien nos ha tocado el corazón, cuando se quiere conquistar
a una persona; se hacen cosas que antes nunca se habría hecho, que nunca se habría
imaginado. Se despertó un amor ingenioso, un amor que llevaba a ser galantes, obsequiosos,
preocupados; no daba lo mismo vestirse o peinarse como siempre, sino que tenía que
ser un vestido o un peinado especial, agradable para el otro. ¿Pero qué ha
pasado después con el otro? Muchas veces se fue perdiendo ese afán; el afán de
conquista fue disminuyendo en calidad y en cantidad... Se casaron y se
sintieron seguros el uno del otro; y no hay que preocuparse de arreglarse, da
lo mismo vestirse o peinarse igual; no hay que ser tan ordenado, tan galante,
tan educado, tan amable... El ingenio para conquistar ya no se despierta porque
haytantas otras que hacer... Vienen los niños, hay que preocuparse de ellos y
el marido tiene que trabajar para tener el sustento necesario.... ¡Y se acabó
el afán de conquista, desapareció...! Yentramos en la rutina, en una vida
opaca, sin mayor encanto...
A la mayoría de los matrimonio les
sucede esto. Generalmente no se hace nada o muy poco para conquistar al otro
siempre. A veces, lo único que nos importa es que el cónyuge haga lo que yo quiero,
que acceda a mis demandas, que esto o lo otro esté listo, que la ropa esté
limpia y bien planchada, que haya orden en la casa, que la comida sea la que a
mí me gusta, que los niños deben educarse de esta manera y no como el otro
quiere, que tienen que llegar a tal hora, etc. etc.
Y así va apareciendo la rutina y
desaparece esa persona que me encantó una vez, ese tú que me importaba por
sobre todo. Y ahora, lo que me importa soy yo, que yo esté bien, que yo sea escuchado,
que se me sirva, que se haga lo que yo quiero y al modo como yo quiero y a mí
me gusta. Y esto también tiene enormes consecuencias en la vida sexual; la otra
persona debe estar a mi disposición para yo ser feliz... ¡Qué importa lo que le
suceda a la otra persona...! Y así nos vamos..., así se va dando hasta que la
felicidad se nos agota, se nos acaba... Y como no es agradable vivir así, nos
distanciamos, nos vamos separando... Porque el egoísmo separa.
Estamos mostrando un panorama un tanto
exagerado quizás, pero que tiene bastante realismo. Creo que es importante
hacer un contraste de lo que sucedía cuando nos casamos y de nuestra realidad
actual. Nosotros nos casamos para ser felices. ¿Pero qué hace que los
matrimonios, en general, n o sean felices? Y cuando uno se encuentra con un
matrimonio feliz dice: ¡qué maravilla, qué envidia!
2. La expresión afectiva
Un segundo factor es el mundo de la
expresión afectiva, de la ternura, de las caricias, del amor gratuito. ¿Qué
pasaba antes, en la época del pololeo, del noviazgo? Ustedes se expresaban el cariño
sensiblemente, con las expresiones más simples como tomarse de la mano,
abrazarse, acariciarse el pelo, la cara, etc. Tenían una cantidad de gestos
sensibles de afecto. Y es notable cómo eso se va desapareciendo de nuestra
vida, cómo la vida se fue haciendo más funcional. Ya no hay esa necesidad de
estar el uno junto al otro. Cuando pololeaban, trataban de acercarse lo más
posible, de sentarse juntos, de tomarse la mano.
Era lo normal. Y después, vemos a un matrimonio,
uno por allá y el otro por el otro lado, casi como si no se conociesen. Y
cuando uno ve a un matrimonio muy cariñoso, muy preocupado el uno del otro, muy
amables entre ellos, uno dice: ¡Qué fantástico! Pasa muchas veces que el cariño
no se expresa y cuando algo no se expresa, termina apagándose, muriéndose. Y la
persona se acostumbra a una vida donde el cariño, la ternura no está a flor de piel.
Y resulta que ustedes se casaron por eso, en ese ambiente de ternura, y fue eso
lo que les gustaba, lo que los hacía plenos. Y después todo ese mundo se acaba,
¿por qué? Porque vienen los niños, y toda la atención era para él, y después el
trabajo nos cansaba, y miles de cosas...
Y la vida sexual se hace poco
gratificante también, especialmente para la mujer. Y entonces, ¿vale la pena
ese matrimonio? Por eso los matrimonios se separan, dejan de admirarse el uno
al otro, dejan de conquistarse, de expresarse el amor, el cariño, la ternura, y
la vida matrimonial se hacepoco plena. Se va apagando, desapareciendo el
encanto del mundo de la afectividad que estaba tan a flor de piel. Muchas
veces, se redujo a la esfera sexual, se lo meramente genital. Y una vida sexual
sin el mundo de la expresión sensible, gratuita, es totalmente destructiva. ¿Cuántas
veces uno recibe esa confidencia: si se me acerca, ya sé por qué lo hace..? Y
eso despierta rechazo, evidentemente. Esto no hace feliz a nadie. Y, entonces,
es normal que si existe este ambiente poco grato, los matrimonios no quieran
estar juntos.
¿Qué hacemos nosotros? Esto es lo más
importante. No se trata de indagar en las causas, en las situaciones, en los
motivos. Nosotros queremos un matrimonio feliz. Y lo primero, entonces, es reencantar
ese amor, ese amor primero, ese amor que tuvimos. Tenemos que mantener vivo ese
amor, y esto no sucede por arte de magia. Ningún amor se mantiene por inercia.
Por inercia se acaba, se pierde. Para que el amor se mantenga vivo hay que
cultivarlo, hay que reencantarlo constantemente. ¿Qué hacemos nosotros por
reencantar ese amor?
Hemos nombrado tres etapas o
situaciones en nuestra vida matrimonial: en una primera etapa, teníamos una
gran admiración a nuestro cónyuge; esa persona nos cautivó. Y esa persona hacía
una cantidad de cosas por cautivarnos. Vimos en ella algo hermoso, algo que nos
atrajo; vimos un valor en ella. Y nos casamos con esa persona. Luego, hemos
pasado por pruebas por las que tiene que pasar todo amor: de un amor primitivo,
sensible, atraído por lo exterior, por la hermosura del rostro, por la voz
agradable, por una figura hermosa, a un amor que fue descubriendo la riqueza
interior, los valores de la persona.
Después ha ido pasando el tiempo. ¿Nos
hemos dejado agobiar por los defectos que tiene esa persona, por sus fallas? ¿He
aprendido a amar a esa persona en concreto? A veces nos casamos con una especie
de colgador de ropa en el cual fuimos poniendo cosas, ropas y ropas y de repente
esas ropas se fueron cayendo y quedó solamente el armado, el esqueleto. ¿Y no
hay algo hermoso, algo valioso en esa persona? ¿Nos hemos preocupado de ver
siempre lo bueno que hay en mi cónyuge? El amor verdadero es clarividente, no
es ciego. Y ve en la otra persona virtudes y defectos, y la ama así, porque yo
también tengo fallas. Y si me acepto a mí mismo, también acepto a esa persona.
Hay personas que tampoco se aceptan a sí mismas y son amargadas; personas que
siempre andan criticando, porque, en el fondo, no están contentas consigo
mismas.
El amor primitivo, el amor no
clarificado es ciego, porque no ve los defectos, ve sólo las cosas buenas.
¿Por qué no nos ejercitamos en el arte
de descubrir, de enaltecer, de sacar a luz lo positivo que hay en la otra
persona? Ustedes no se casaron con un adefesio, con un atado de mañas, con una persona
insoportable, sino con una persona humana, que tiene muchos defectos pero que también
tiene muchas cualidades; que es un hijo de Dios Padre y que él se los regaló a
ustedes como don.
En la charla de ayer, la Hna. M. Angélica
nos decía que nosotros no tenemos que ser como los escarabajos que buscan en lo
más sucio, en la mugre de la tierra. Es una existencia repelente de alguna
manera. No es muy agradable andar viendo siempre lo negativo. El P. Kentenich
decía que no tenemos que ser como las moscas sino como las abejas. Las moscas
se paran en la suciedad; las abejas, en cambio, se paran en las flores, chupan
el polen, el néctar, lo mejor de las plantas. Así tenemos que ser nosotros, ver
y sacar lo mejor de la otra persona. Cada uno de nosotros tenemos algo valioso
y el cónyuge es la persona que tiene que estar constantemente redescubriendo y
admirando lo valioso del tú. Y expresando y diciéndoselo al otro lo maravilloso
que es tenerlo por esa bondad, por esa generosidad: ¡Qué bueno es que eres así,
que seas generoso, que seas bondadoso! ¡Qué bueno que eres práctico, qué bueno
que te preocupas de los hijos! Puedes tener muchas otras cosas no tan buenas
como el mal genio, el desorden, etc. pero tienes una gran bondad y paciencia!
El P. Kentenich decía que tenemos que
soportar hasta por lo menos 20 mañas en el otro; y si ya supera esta
cantidad... ¡es demasiado! Dejemos que el otro tenga mañas, que tenga
limitaciones, pero no nos quedemos en eso. Creo que hay un arte de ser feliz,
de ser realista frente a uno mismo como frente al cónyuge y frente a los hijos,
por supuesto. No podemos querer solamente a los que son más dotados, más
inteligentes, más simpáticos; también tenemos que querer a los más remolones, a
los desordenados, a los que no son tan brillantes en el colegio. Tenemos que reconocer
todo lo bueno del otro y expresarlo a la otra persona, y no guardarlo para uno.
Cuando ustedes pololeaban, era común el
piropo, ¿no es cierto? El piropo es una galantería, ¿los dicen ahora? ¡Qué bien
hace que a uno le reconozcan algo! Muchas veces hay cosas que no resultaron, pero
que la persona las hizo con toda dedicación y buena voluntad. Y muchas veces
uno de ustedes hace algo especial, pero el otro... ¡ni siquiera se da cuenta! ¡Y
qué decepcionante es eso!
Tenemos que estar atentos a lo bueno que hay en el otro.
Atentos a expresarlo y a expresar nuestra gratitud, nuestra admiración. El otro
necesita y también lo necesito yo.
Si siempre vemos lo malo del otro, vamos a ser personas
amargadas. Y vamos a repartir mugre por todas partes. Tenemos que hacer todo lo
contrario; de esa persona que más admiramos, aunque no sea un desechado de
perfección, es mi cónyuge y yo me doy cuenta quién es verdaderamente, porque la
conozco más a fondo. Por eso, soy feliz. De lo contrario, no soy feliz, y tan
simple como eso. Esta es una manera de vivir, un arte de vivir. ¡Qué triste es
una persona que siempre ve las cosas negativas! ¡Qué amargada es! Cambiemos si
nos pasa así. Y hagámoslo conscientemente. Hay personas que por temperamento
son positivas.
En general, nosotros los chilenos, por temperamento,
somos depresivos, melancólicos para ver las cosas. Cambiemos esta actitud; es
cosa de asutoeducación, de carácter que se puede educar; busquemos lo bueno, seamos
como las abejas, y no como las moscas, como los escarabajos.
3.
Conquistar siempre de nuevo al tú
En tercer lugar, conquistar siempre de nuevo. No sólo
tenemos que reencantarnos, mantener y cultivar la admiración por el tú, con
expresiones y gestos de cariño, sino que también nunca dejar de conquistar al
otro.
No podemos decir que estamos seguros, que tenemos al otro
asegurado. No, nadie está asegurado. El amor es una conquista diaria; tenemos
que conquistar siempre de nuevo al otro. La desgracia es cuando yo me pongo en
el centro y quiero y busco que me conquisten a mí y hago todo lo posible para
que el otro me conquiste y no hago nada para conquistarlo.
¿Qué hacemos nosotros para conquistar al tú? A veces
llama la atención cómo una persona casada se descuida de su figura, de su
apariencia externa. El P. Kentenich es bastante realista también en estas
cosas. El dice que pertenece a la santidad matrimonial preocuparse de agradar al
otro; no se puede dar por evidente agradar al otro sin hacer nada. Tenemos que
hacer algo por agradar, desde las cosas exteriores como es vestirse bien,
presentarse en forma agradable, hablar bien, hacer gestos agradables, etc.
hasta las actitudes internas.
En ese sentido, tenemos que ser ingeniosos. Normalmente,
cada uno sabe lo que le agrada al otro, lo que le encanta y trata de hacer esas
cosas porque quiere manifestarle su amor. No podemos dejar que el amor se nos
vaya apagando. Muchas veces se escuchan quejas como: mi esposo o mi esposa no
está tan atento, no llega tan temprano a la casa, se lo pasa metido en el
computador, con sus amigos, en el apostolado, etc. ¿Qué hacer para reconquistar
a esa persona? ¿Solamente quejarse, exigir? :
¿Cuándo vas a llegar temprano, cuándo vas a dejar ese
computador, cuándo vas a hacer eso...?
Con ello no se soluciona absolutamente nada; lo único que
se consigue es espantar al otro. Así no se conquista. Hay un arte de
conquistar. Ustedes lo saben, de lo contrario no habría conquistado a su cónyuge.
Lo que pasa es que se olvida, se deja de practicar ese
arte. Y es esencial practicarlo. De lo contrario, pasa lo que a todos los
matrimonios que se separan: se les acaba el amor. ¿Por qué?
Porque dejamos de conquistar a nuestro cónyuge, porque
nos descuidamos, porque nos pusimos solamente exigentes y nos centramos sólo en
nuestro yo y no en el tú; nos olvidamos de agradar al tú. ¿Le hacemos algún
regalo a nuestro cónyuge? ¿Le tenemos alguna sorpresa agradable? ¿Cuándo fue la última vez que sorprendieron a
su cónyuge, que llegaron con algo agradable que ni siquiera lo soñaba y le
dieron una inmensa alegría? A veces pasan años, y después decimos que nuestro
matrimonio es una lata. Ustedes lo hicieron latoso. El matrimonio no es algo
externo a nosotros, sino que depende de nosotros que sea una lata o algo
hermoso. Se trata, entonces, de ganar a la otra persona con un amor atento,
servicial, preocupado, y que requiere mucha renuncia.
4.
Saber renunciar
El amor verdadero requiere saber renunciar. Tenemos que
saber renunciar. Así también sucede con el amor a los hijos. Si queremos tener
una buena relación con ellos, tenemos que renunciar a una buena cantidad de
cosas. ¡Pero qué hermoso es cuando hay una buena relación con ellos!
No hay un amor verdadero, para siempre, un amor hermoso,
sin una alta cuota de renuncia. Pero no una renuncia por la renuncia misma, una
renuncia que agobia, sino que es una renuncia por amor. Cuando renunciamos por
nuestros hijos, cuando realmente los queremos, están las renuncias, las cruces,
pero no pesan tanto porque son por amor, si es que nosotros realmente queremos
a nuestros hijos. Uno tiene una capacidad enorme para la renuncia cuando uno
ama de verdad. No nos quedemos en lo difícil de la renuncia, sino en la
motivación, en el amor.
Por lo tanto, no nos quedemos sin hacer nada por
conquistar al otro y solamente en pedir y exigir del otro, reclamando por todo
y por nada. En esto, las cosas se deciden en los detalles: el regalo de una
flor, de un chocolate, y no en el regalo de una lavadora, de un auto último
modelo, de una plancha... Lo que esperamos son otras cosas: como ser gentil,
atento, servicial, amable, no dejar botado algo, no ser desordenado, ser galantes,
ser amables, finos, etc. ¡Cosas tan simples como éstas pero qué importantes
son! En estos detalles se decide muchas veces la felicidad de un matrimonio. Y
las expresiones gratuitas del amor, las caricias, los gestos, no son algo
secundario en la conquista del tú.
A veces se piensa que el amor es voluntad, es entrega.
Pero es una entrega a alguien de carne y hueso que necesita de la caricia, que
necesita de la muestra afectiva, que no puede vivir sin caricias. Un niño no
puede vivir sin caricias, se muere. Algo semejante pasa en el matrimonio con la
esposa, con el esposo.
Si hay algo que se descuido en la ascética tradicional,
porque estaba orientada hacia la persona célibe, era el mundo de la caricia. El
ideal de santidad era ese ideal, pero no el otro ideal de santidad de la
persona casada, que quiere con toda el alma, con todo el cuerpo, con todo su
ser, su ser sensible, que expresa su amor, por definición en el matrimonio, en
forma sensible. En la expresión sensible está comprendido el amor sexual, que
es un amor sensible, que está dentro de ese orden. A veces se reduce la expresión
sensible sólo a lo sexual-genital.
Ciertamente si abrazo, si beso a una persona, no tiene
nada de sexual; si abrazamos a nuestros hijos y lo "comemos a besos",
no es sexual. Es una expresión humana de cariño. Pensemos, por ejemplo, en el
Papa Juan Pablo II y todos sus gestos de cariño; ¡qué expresivo es el Papa en
su amor, cuando recibe un regalo, cuando abraza a una persona, a un niño! No
tiene nada que ver con el mundo sexual.
Este mundo de las caricias, de los gestos sensibles está
tremendamente descuidado en la vida matrimonial. Los hijos, trabajo y punto.
Todo el espacio intermedio desaparece y por eso es imposible que un matrimonio
sea feliz. Aquí hay algo que es muy importante de tomar conciencia. La
sexualidad del hombre y de la mujer son muy diversas. Normalmente, el hombre
tiene la sexualidad más a flor de piel, más genital. La mujer es siempre más
totalizante para todas sus expresiones. En la juventud, muchas veces, el hombre
practica solamente una autosatisfacción para lo cual "se sirve" de la
otra persona. Y desgraciadamente, esto se hace hábito que muchas veces se
traslada al matrimonio.
Por eso, en una gran mayoría de mujeres es infeliz en el
campo de la sexualidad, porque la mujer necesita de las caricias, la gratuidad
del cariño, la ternura. Y el hombre no se ha educado para esto.
Todo lo que hablamos no es nada de secundario. ¿Cómo están
las expresiones de cariño entre ustedes? ¿Se expresan el cariño? ¿Lo expresan sensiblemente?
A veces tan sólo es una mirada de cariño; hay miradas que matan, que liquidan a
otro; miradas de odio... A veces tan sólo una palabra de amor, de cariño,
enaltecedoras, como son los piropos; hay palabras venenosas, hirientes, que
liquidan a la otra persona...
Tenemos que cultivar el mundo de la caricia en toda su
amplitud, para expresarnos nuestra afectividad, nuestro cariño. La postura
corporal, una mirada, un pequeño gesto, tomarse la mano, poner el brazo sobre
los hombros, etc. Hay miles de gestos. Hay un libro que se llama Abrázame, y
que se refiere a la terapia del abrazo. Es muy interesante; es de una psicóloga
que describe en forma muy gráfica todas las expresiones de cariño; expresiones
sanas, puras, santas. Esa es lasantidad matrimonial: agradar al otro. El otro
está primero que yo. Tenemos que iniciar, desde muy abajo, otro tipo de
conquista de una santidad matrimonial. Es otro tipo de santidad.
A un monje se le pedirá que se levante a las cuatro de la
mañana para rezar los Maitines. A los matrimonios no se les pide esto, pero sí
se les pide otras cosas que requieren también sacrificio. Porque es más cómodo
rellenarse en un sillón y exigir y pedir, que se preocupen de él, que
preocuparse del otro, de hacerle agradable y hermosa la vida.
La felicidad matrimonial es fácil ¿no es cierto? Pero es
tremendamente exigente. Delicadeza, pequeñas atenciones, pequeños regalos,
caricias gratuitas. Tenemos que acabar de raíz con esa relación fría,
funcional, impersonal.
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